Sucede que a menudo creemos que el mejor grado de cada acontecimiento y hecho socio-cultural ocurre en lugares que se presentan cómo especiales a la vista de todos. Lugares donde todo lo que ocurre “es lo mejor”…
Lugares que adquieren una dimensión mágica de su totalidad mejorada. Digo mágicos; pues todo lo que ocurre en ellos es absolutamente positivo-mejor: “los mejores restaurantes; las mejores tiendas de ropa; los mejores cines; los mejores empleos; los mejores panoramas…los mejores edificios”.
En Chile esta sensación abunda y por montones en la creencia de muchos que el país se sintetiza y eleva a su máxima expresión en la capital del país; reduciendo la inmensa diversidad programática de actividades humanas de un territorio a una ciudad llamada Santiago.
Me hace sentido pensar que la situación antes planteada se asemeja mucho a la visión historicista de actuales arquitectos formadores chilenos que dice que en Europa toda la arquitectura y su realidad programática es superior y “mejor” que en otro lugar del mundo. Una arquitectura superlativa y bendecida en una calificación de insuperable. Y, por ende, la “mejor”.
Yo pienso que si no se conoce un territorio difícilmente se podrá observar las riquezas de éste. Y, muchos menos, verbalizar sus cualidades. Lo digo a propósito de estar consciente de qué poco conocemos (poco lo hemos recorrido y viajado) los chilenos nuestro país.
Hemos atribuido por años a nuestra condición geográfica de mares, cordilleras y desiertos la constante mirada hacia lo interno validando como única realidad la nuestra. Y, para ser más precisos, la realidad de una única ciudad: hordas de personas se abalanzan a Santiago de Chile para al fin poder ser parte de este “mundo mejor o mejorado”.
Es probable que en ciertas ciudades ocurran más acontecimientos y sean éstos más variados que en otras ciudades. Y también es probable que hayan ciudades más entretenidas que otras.
Pero también es probable que hayan otras donde la cotidianeidad y simpleza de sus modos sean su verdadera riqueza. Así como existe alguna iglesia o plaza que nadie ha publicado en alguna revista, pero que forma parte de un innegable tesoro vivo y latente; también existe esa arquitectura de lo sencillo (vernácula la llaman otros) donde se ha recogido la experiencia de edificar desde la vivencia misma del lugar.
Entonces; yo me pregunto: ¿por qué no miramos la virtud en lo cotidiano y dejamos la moda de ir copiando-pegando a la hora de hacer ciudad en esta parte del mundo?
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